lunes, 10 de diciembre de 2018

UNIDOS JODEMOS


Querer achacar el triunfo de la ultraderecha a una simple fuga de votos entre partidos de corte fascista, me parece una forma muy acomodada e "inocente" de salir del paso. Yo, para empezar, haría un ejercicio de honestidad mucho más profundo. Existe una especie de fauna de electores itinerantes que pertenecen a un perfil que llamaría de centro "izquierda" y que ni transigen ni digieren muy bien palabras como independencia, inmigrantes o feminismo.
La idea de que se rompa España, la imagen diaria de gente llegando a las costas en patera o saltando la valla, o el pensamiento de que una mujer médico les pueda meter el dedo en el culo en una consulta todavía les produce escalofríos. Son gentes que en ambientes sociales dicen ser de izquierdas, pero que conservan un manual de instrucciones trasnochando al que ellos@ denominan tradicional. Son un producto frágil, asustadizo, tambaleante y fácil de convencer si se utiliza con ell@s una retórica persuasiva y grandilocuente, mezclada con fuertes dosis de alarma.
Muchos de ell@s van a misa, les encantan las corridas de toros, la caza, la Virgen del Rocio, la navidad, terminar alguna que otra noche en algún puticlub o sentad@s frente al sofá viendo programas como "hombres. mujeres y viceversa" o "Sálvame". Son contradictori@s en ideas, les seducen algunas de las proclamas de la izquierda, (incluso tienen algún póster del Che en casa), pero su compromiso no va mucho mas allá. Much@s dicen "ser" de izquierda o republicanos por tradición (padres, abuelos... ). En su experiencia electoral han ido dando bandazos y votando al PSOE alguna vez, otras al PP, otras a algún partido autonomista e incluso, in extremis, a alguno con inclinación nacionalista, siempre dependiendo de la coyuntura del momento. Se consideran de izquierda (entre otras cosas) porque de doce veces que han acudido a las urnas, ocho lo han hecho hacia esta tendencia.
Es un subsuelo que ideologicamente convive entre nosotros, unas veces para "bien", otras para mal y otras (como en el caso de estas últimas elecciones) para ponernos los pelos de punta y echarnos las manos a la cabeza. Pero es cierto, también, que en este subsuelo transitan ciudadan@s hart@s de estar hart@s, desesperad@s, exhaust@s, que las pasan canutas mientras los líderes políticos se dedican a buscar frases ingeniosas para twitter, o abandonan las calles para enzarzarse en gallineros televisivos con cuatro fascistas con los que no merece perder ni un minuto de tiempo, o utilizan el congreso para representaciones cómicas ya cansinas más que para buscar soluciones.
Esta vez no ha funcionado eso de ir a votar, de votar cualquier "izquierda" para que no avance la derecha. Algun@s se han cansado de ir a votar tapándose la nariz para elegir entre el cáncer o la peste. Al perfume a rosas adulterado que siempre ha hecho equilibrios en Andalucía para tapar el hedor a podrido y fullero le ha salido al final su verdadera fragancia: el olor a mierda. Y la mierda lo único que atrae es a las moscas, y las moscas de esa mierda han conseguido doce asquerosos escaños.


Como decia Edmund Burke: "lo único que hace falta para que el mal triunfe es que la gente buena no haga nada". Patxi Sagarna



lunes, 3 de diciembre de 2018

¿EN QUE BANDERA TE CAGAS TU?


De unos años aquí he sido consciente, muchas veces, de que las banderas limitaban mi propio poder de decisión, es decir, en ocasiones me veía obligado a forzar mi propio pensamiento o a sabotear mi discurso con tal de que estos fueran acorde y en consonancia con lo que en ese momento dictaba la enseña. Al fin y al cabo, la orientación de las banderas  en cada momento la dirigen las personas y, casi nunca, de forma honesta.
No me preocupa lo mas mínimo que alguien se suene los mocos con el estandarte o se limpie el culo si le apetece. Lo que más me inquieta es ver  la cantidad de individuos que se han hecho un lifting facial y de despiste a cuenta de camuflarse detrás de diferente simbología banderillera. Veo las banderas como un simple merchandising desde el cual se puede identificar en qué nivel de fanatismo o atontamiento está cada individuo y, así de paso, tener la información necesaria para no perder ni cinco minutos de tu tiempo con algunos@ intentando hablar o razonar. Cada vez huyo más de la verborrea banal e insustancial que lo único que hace es enfurecerme a cambio de nada y ocupar minutos y espacio en mi cabeza.
Como muchos recordaréis, aquí, en Euskal Herria, ya tuvimos nuestra GUERRA DE LAS BANDERAS (que así se denominó) para que, ahora, los pregoneros de aquella agitada producción folklóriko-patriótica, anden haciéndose arrumacos tóxicos con la parte contratante de la segunda parte… y otras partes. Dicho de otra manera, asentados en la poltrona.
El programa del fantasmagórico Iker Jiménez debería dedicar un espacio al fenómeno divino y milagroso de las banderas, pues algunas tienen el poder de anestesiarte, de enriquecerte, de jerarquizarte o de volverte olvidadizo y, lo que es peor, de resucitar a una momia de más de 40 años, a una momia y a su correspondiente legión de zombies. Zombies que, por otro lado, es frecuente verlos desfilar desafiantes últimamente por algunas ciudades de este país.
Mi bandera, al día de hoy, es como un traje hecho a la medida, con causas cercanas y sueños alcanzables. Está en el corazón y no en un trozo de tela fácil de corromper o manipular, porque yo con ese trozo de tela, si, con ése me limpio el culo. Pero antes me comeré un bocadillo de chocolate con callos y arroz de sesos de iguana con salsa de caracoles rebozada con crema de alubias. Patxi Sagarna