Este ritual de casarse cuando lo que deberías hacer precisamente es separarte, es más habitual de lo que pensamos. Cada vez, uno se topa con más parejas que después de haber convivido 10 o 15 años y cuando todo
parece haberse ya esfumado, cuando las conversaciones son silenciosas, los días
tienen todos la misma cara de hastío y pesadez, parece ser que, ven en el
matrimonio la fórmula perfecta que les va a transportar de forma mágica a aquellos
días de júbilo, alborozo y pasión. Ven el casamiento como la última tabla de salvación,
el antídoto idóneo para desbloquear y derribar un muro ya imposible. Y la verdad
es que la ecuación artificiosa por un momento suele parecer que hasta “funciona” como la sopa de cebollas para adelgazar. Entre los preparativos, los invitados,
el viaje, las compras, se genera un ambiente novelero, una sensación ilusoria
que durante unos días te traslada a ese estado emocional folkloriko romántico pero
a la vez transitorio y fugaz que no es más que un oasis venenoso en medio
del desierto. Después, llega el ansiado viaje cicatrizante y rehabilitador (como
los viajes a Lourdes pero en versión conyugal) ese que se supone les va a
encumbrar a ese punto pasional, de compenetración, complicidad y entendimiento
del cual gozaron en su día y con el que no se reencuentran ni se sabe desde hace cuanto tiempo. Y así, durante unos días, los
recién casados parecen salir de esa especie de UVI que los tenía incomunicados,
obstruidos, desesperados, distantes, desilusionados. Entre la novedad, los
rayos de sol y el copeo, hay incluso algún contacto sexual que, aunque quede
lejos de aquellas golfas noches de pura pasión abre un hilo a la esperanza que se desmorona tan pronto la realidad se impone con toda su crudeza. Soñar es
libre y a veces caro. Los sentimientos no se distraen con facilidad, y de la
tontorrona euforia nupcial han pasado otra vez al distanciamiento de las
miradas, de los cuerpos, de los sentimientos. Ahora toca negociar con la almohada
como vas a gestionar durante otros tantos años semejante velatorio casamentero.
El luto llega de manera anticipada con una sonrisa siniestra.
La historia de amor había prescrito hacía ya mucho tiempo. Es
momento una vez más de entretener al desengaño y la realidad con fantasías, lágrimas
y anhelos durante quizás una eternidad.
Quieres querer pero no quieres, quieres sentir pero no
puedes, quieres huir pero no te atreves, quieres llorar pero no debes, quieres
gritar pero te ahogas. La diferencia es que, ahora, sois marido y mujer. Habéis
firmado de mutuo acuerdo vuestra conformidad a continuar por la senda de lo
frívolo y trivial, de la penitencia y la resignación. Habéis decidido seguir
adelante sin mirar hacia atrás. Mientras, yo me comeré un bocadillo de rata
de Singapur rebozada con callos y mortadela con alubias .Patxi Sagarna