De unos años aquí he sido consciente, muchas veces, de que
las banderas limitaban mi propio poder de decisión, es decir, en ocasiones me
veía obligado a forzar mi propio pensamiento o a sabotear mi discurso con tal
de que estos fueran acorde y en consonancia con lo que en ese momento dictaba
la enseña. Al fin y al cabo, la orientación de las banderas en cada momento la dirigen las personas y,
casi nunca, de forma honesta.
No me preocupa lo mas mínimo que alguien se suene los mocos
con el estandarte o se limpie el culo si le apetece. Lo que más me inquieta es
ver la cantidad de individuos que se han
hecho un lifting facial y de despiste a cuenta de camuflarse detrás de
diferente simbología banderillera. Veo las banderas como un simple
merchandising desde el cual se puede identificar en qué nivel de fanatismo o atontamiento
está cada individuo y, así de paso, tener la información necesaria para no
perder ni cinco minutos de tu tiempo con algunos@ intentando hablar o
razonar. Cada vez huyo más de la verborrea banal e insustancial que lo único
que hace es enfurecerme a cambio de nada y ocupar minutos y espacio en mi
cabeza.
Como muchos recordaréis, aquí, en Euskal Herria, ya tuvimos
nuestra GUERRA DE LAS BANDERAS (que así se denominó) para que, ahora, los
pregoneros de aquella agitada producción folklóriko-patriótica, anden
haciéndose arrumacos tóxicos con la parte contratante de la segunda parte… y
otras partes. Dicho de otra manera, asentados en la poltrona.
El programa del fantasmagórico Iker Jiménez debería dedicar
un espacio al fenómeno divino y milagroso de las banderas, pues algunas tienen
el poder de anestesiarte, de enriquecerte, de jerarquizarte o de volverte
olvidadizo y, lo que es peor, de resucitar a una momia de más de 40 años, a una
momia y a su correspondiente legión de zombies. Zombies que, por otro lado, es
frecuente verlos desfilar desafiantes últimamente por algunas ciudades de este
país.
Mi bandera, al día de hoy, es como un traje hecho a la
medida, con causas cercanas y sueños alcanzables. Está en el corazón y no en un
trozo de tela fácil de corromper o manipular, porque yo con ese trozo de tela,
si, con ése me limpio el culo. Pero antes me comeré un bocadillo de chocolate
con callos y arroz de sesos de iguana con salsa de caracoles rebozada con crema
de alubias. Patxi Sagarna