domingo, 17 de enero de 2021

Cuando me atemorizaba la muerte de mis ídolos


 

Nunca olvidaré una fría noche de noviembre de 1991 en la que escuché que Freddie Mercury había muerto. Había llegado a casa de madrugada y, mientras bajaba el efecto de las sustancias, me puse la radio para ver si de esa manera lograba despistar el insomnio. De repente, la inesperada noticia: Freddie había sido derrotado por el SIDA. En ese momento sentí una angustia inusual. Había visto fotos de él en alguna revista de la época con un aspecto en el cual se podía apreciar que la enfermedad lo había devastado, pero aun así me negaba a reconocer que el trágico final estaba cerca. Evidentemente no conocía a Freddie de nada, pero yo, como todo el mundo, necesitaba creer en mitos y tener ídolos inmortales. No era consciente de que me estaba enfrentando  a mis propios demonios, a mis propios miedos. De alguna manera necesitaba creer en la "inmortalidad", aunque fuera a través de otros. Necesitaba convencerme de que la naturaleza hacía excepciones, de que Freddie podría ser una de ellas. No era consciente de que el bueno de Freddie solo era un parapeto en el cual me atrincheraba con un sinfín de pensamientos, reflexiones existenciales y razonamientos absurdos. Pero la realidad era otra. Freddie, aparte de sus grandísimas dotes vocales y musicales, me ayudaba a tapar mi propio estercolero, mi hastío, mi desgana, mi aburrimiento, mi fracaso y, sobre todo, mis complejos. Necesitaba de Freddies  a todas horas capaces de tapar mis miedos y mi inmadurez. Necesitaba ídolos con capacidad de llenar y entretener mi cerebro con algún tipo de contenido. Necesitaba vivir mi vida a través de otros. Necesitaba personajes que dieran algún sentido "glamouroso", de elegancia, de utilidad y fascinación a mi vida. En definitiva, necesitaba tapar mi deshabitada subsistencia. Muchas veces, me sentía ridículo llevando mis sentimientos y mis emociones mas allá de lo justamente humano. Necesitaba soñar, querer, amar, sentir. Pero necesitaba hacerlo de verdad, no a través de mitos, fábulas, con altas dosis folklóriko-fantásticas. Necesitaba ser yo sin intermediarios en los que esconderme. Hace muchos años que enterré a mis ídolos (si es que alguna vez los tuve realmente). Pero aquella falta de identidad, aquellas cadencias interiores y, sobre todo, aquella incapacidad por ser uno mismo, había que rellenarla con algo- ¡Demonios! Al fin y al cabo, algunos de mis ídolos políticos aún viven, pero ideológicamente se han suicidado hace tiempo. Patxi Sagarna.

PD: Si observáis el contenido de las frases que los seguidores dedican habitualmente a sus distinguidos personajes fallecidos, generalmente están hechas de una jerga muy cercana a lo celestial, a lo religioso. Todos nos olvidamos del ansiado infierno al que queremos o queríamos ir estando en vida. Pero ésa es otra historia, ésos son otros miedos.