No sé cuántas veces he visto la película Invictus, en la cual Mandela intenta reconciliar a su pueblo utilizando como instrumento la celebración en Sudáfrica de la Copa Mundial de Rugby. Es una film que logra conmoverme emocionalmente, no tanto por lo que fue Mandela (que también) si no por lo que no soy yo. Cuando acaba la película, uno reflexiona sobre la necesidad que tenemos de gente con una generosidad humana de tal calibre. Pero me equivoco en dicha reflexión, Porque las hay. Se apellidan Pérez, Gómez o Agirre. Pero las hay. Son personas que están ahí, en nuestro entorno muchas veces, o que se cruzan en nuestras vidas de forma casual, circunstancial, fortuita o accidental. O por cuestiones del destino, si así lo prefieren. Son es@s que comprenden y aprenden, que perciben y sufren, que suspiran y siguen. Es@s que desde la condescendencia y la indulgencia han hecho que durante un minuto o unas horas nuestra existencia sea un poco mas soportable sin buscar más recompensa que la de ver un rostro un poco más sosegado. Son aquell@s que demuestran con hechos todo de lo que nosotr@s presumimos de boca.
Y nosotr@s, que destilamos arrogancia y altanería hasta por los costados, pensamos que estamos a la altura de las circunstancias. Incluso nuestra impertinencia y nuestro engreimiento hace que les hablemos a veces hasta de tú a tú. Nosotr@s que, hasta cuando le damos una limosna a un desamparado, no lo hacemos por aliviar las necesidades del mendigo, si no por aplacar o enmascarar nuestra incompetencia como seres humanos. Ell@s que nos observan desde el desconsuelo unas veces y desde la serenidad otras, no tienen que hacer ningún esfuerzo por demostrar nada, porque simplemente son así.