lunes, 20 de mayo de 2024

ESOS FAMILIARES QUE CUIDAN DE SUS ENFERMOS EN HOSPITALES Y RESIDENCIAS

 Hoy quería dedicar unas palabras a todas esas personas que, por diferentes circunstancias, se ven en la obligación de pasar semanas, meses, e incluso años cuidando y acompañando a esos seres queridos que, por algún tipo de adversidad, se ven en la difícil coyuntura de pasar largas estancias en centros hospitalarios con desiguales desenlaces que, muchas veces, te mantienen con la tensión y la incertidumbre a flor de piel, pasando del optimismo al pesimismo en cuestión de horas, días o minutos. Esas personas que aun sabiendo muchas veces que la situación es irreversible, no pierden la esperanza de encontrarse con un rayito de luz que les de el impulso necesario para mantenerse firmes mientras los corazones sigan latiendo. En estas circunstancias, el cariño, la paciencia, la empatía y el amor te ponen a prueba. La delicadeza y la serenidad están a la orden del día. Un libro, una revista, o el teléfono móvil, sirven para despistar esas interminables horas que parece que no pasan nunca, incluso el programa mas estúpido de televisión en ocasiones sirve de bálsamo para matar esa rutina que se ve interrumpida solo por las salidas y entradas del personal sanitario o el ruido de las camillas entrando y saliendo de algún habitáculo. Un café o un cigarro engañan un poco al reloj, al igual que los paseos por los pasillos que te ayudan a destensar el cuerpo entumecido y así de paso mover esas piernas donde muchas veces se concentra la fatiga. En estas pequeñas caminatas por diferentes galerías, te encuentras situaciones variopintas como: la sonrisa del vecino al que por fin le dan el alta y se marcha a casa, y por el contrario, la cara de desconsuelo del que acaba de llegar y va a ocupar su lugar. El rostro de inquietud y desasosiego del que tiene algún familiar en situación critica jugándosela a cara o cruz, o la de esos que acaban de perder a un ser querido después de haber plantado cara a la enfermedad en una batalla feroz. También existe el milagro, como el de algunos por los que ya nadie daba un duro y abandonan las dependencias como John Wayne, cigarro en mano, bajo el asombro del propio personal sanitario que no termina de explicarse el fenómeno de tan milagrosa recuperación. 

Pero cuando la angustia se apodera de uno, se puede encontrar escenarios dispares, como la del ateo haciéndole promesas a Dios, o el creyente renunciando de el porque no han salido las cosas como el creía o quería. 

Este tipo de largas estancias terminan pasando generalmente factura, la mente trabaja a destajo y te traslada en momentos a los peores escenarios, mientras, tu cara se ve obligada a disimular para no levantar sospechas o alterar aun mas al doliente. Las noches, o cuando llegas a casa y estas a solas, se convierten en momentos de desahogo, recuerdos, llantos, pensamientos dispares o incógnitas, mientras, te preparas para recibir el día de mañana de forma estoica. También hay que hacer frente al estrés emocional que nunca logra mantenerse en equilibrio, esto, unido al agotamiento físico que generan este tipo de espacios termina muchas veces enfermando de alguna manera al cuidador que, en ocasiones, se ve abrumado por la extenuación, pero que al mismo tiempo saca fuerzas de flaqueza para seguir al pie del cañón. Mientras redacto esto, me viene a la cabeza mi amigo Jose Ignacio Elorza, quien demostró una entereza y una humanidad de la que muy pocos pueden hacer gala, y al que de alguna manera quiero dedicar este escrito, y hacerlo también extensible a otras personas como Pilar Nieto y Celia Sabaris, o cualquiera que esté en circunstancias similares. A todos ellos, gracias, porque uno duerme mas tranquilo sabiendo que por ahí fuera hay aun gente como vosotros. Patxi Sagarna.