El día amaneció mutilado por una extraña sensación. Nunca tendieron la mano a los trasnochados sueños que inundaron de luz a muchos decaídos ojos. Nadie
hablaba con nadie, dicen que la vida no pasó por allí nunca. Camino por un
largo pasillo mientras alguien entona una melodía esquizofrénica. Estoy en un
laberinto donde todos ponen a prueba sus más bajos instintos. El fantasma de
la arrogancia merodea sus húmedas paredes, no hay reglas y todos desafían a la
mismísima paciencia. Solo los sabios entienden bien el fracaso, los necios se
han quedado instalados en una perturbada agonía. El tugurio apesta, mientras
unos andrajosos caminantes visten ropas que parecen sacadas de otra época. La
niebla camina cansada, la muerte se posa encima de una siniestra y terrorífica
sonrisa. Caras desencajadas, rostros deformados, son el castigo añadido para
los que desafiaron al miedo. Con un repentino impulso logro escapar de aquel
mórbido lugar. Observo un teléfono a lo lejos, marco un número al azar, pero
una voz siniestra me recuerda que estoy muerto.