lunes, 23 de marzo de 2020

EL EXPERIMENTO COVI-JO


El otro día, en una de las tantas comparecencias del Gobierno para "informar" sobre la crisis del coronavirus, me llamó especialmente la atención el lenguaje bélico utilizado por el jefe del estado mayor, el general del ejército del aire Miguel Angel Villaroya, quién definió la actual situación como una guerra en la cual los ciudadanos desempeñábamos el papel de soldados. Mire, señor general estrellado, ni ésto es una guerra ni yo uno de sus soldados, entre otras cosas porque detesto la institución a la que usted representa. Además, en una futura o posible cruzada (esta no lo es), si llegara ese momento, ya elegiré yo el bando, la bandera o el virus por el que deseo luchar y a las ordenes de quién, que seguramente no serán las suyas. Le recuerdo, también, que a su infame ejército se le destinaron el último año mas de 8.500 millones de euros, el doble de lo que se le asignó a sanidad y casi cuatro veces más de lo que se invierte en educación. Usted y toda su tropa, señor general, me parecen tan infames como lo es el rey emérito, Amancio Ortega y toda esa patulea de empresarios, quienes teniendo empresas más que solventes y con beneficios millonarios, han aplicado un ERTE a sus trabajadores. Pero, bueno, señor general, he de reconocer que su plan ha calado hondo en algunas mentes simplonas y aburridas, quienes se han plantado en sus balcones ejerciendo el papel de fieles centinelas al servicio de la Patria. Esos mismo que se han convertido en insolidarios de supermercado, los mismos que llenan sus carros de glotonería, ansiedad y miedo. Vaya usted a saber, señor general... Este país de imbéciles puede que le dedique un sonoro aplauso de balcón uno de estos días, uno a usted y otro al vil Amancio Ortega y los mariachis del ERTE. Eso si, señor general, le recuerdo, por última vez, que ésto no es una guerra, porque de ser así yo estaría en la calle y no precisamente comprando papel del baño o en el Mercadona. Estamos siendo parte de un cruel experimento. Alguien, para un futuro fin concreto, necesitaba resolver la ecuación de si se puede confinar al mundo entero dentro de sus casas durante un tiempo determinado, bajo una especie de estado de excepción "consentido" . El tiempo dará respuestas a éstas y más incógnitas, pero para entonces los bares ,el futbol etc, se habrán encargado de hacernos olvidar que durante unas semanas fuimos ratas de laboratorio. Yo, mientras, me comeré un bocadillo de pimientos con garbanzos y salsa de calcetín usado. Patxi Sagarna