sábado, 5 de septiembre de 2020

LA MUERTE EN UN BOCADILLO DE TORTILLA DE PATATAS

En un completo ataque de "nostalgia informativa" decido acercarme hasta el quiosco y comprarme el periódico. Al llegar a casa, y mientras frío unas patatas para hacerme una tortilla, le echo una ojeada de forma afanosa. No hay nada interesante, así que echo un vistazo a la programación televisiva para ver si en la Sexta echan alguno de esos films de tiburones que vuelan, que tienen ocho cabezas y que se peinan a ralla. Como me he saltado la mitad de las páginas, vuelvo a echar otro vistazo; esta vez al revés: desde el final para atrás. Al llegar a las esquelas me llevo un terrible sobresalto: veo la foto de un conocido al que hacía años que no veía. Como es habitual en estos casos, durante unos segundos pongo cara de compungido (es un simple gesto mecánico sin apenas carga emotiva real), después doy paso inmediatamente a la curiosidad, las suposiciones, a las causas del deceso, que es lo que al fin y al cabo me va a consolar o me va a terminar de acojonar. Parece ser que un accidente ha sido la causa del infortunio. Por lo que me entero, iba conduciendo como un temerario y de forma imprudente. No es que me alegre, pero mis temores se sosiegan lo suficiente como para tranquilizarme y, sobre todo, para seguir justificándome, una vez más, ciertos hábitos, vicios y consumos. Al fin y al cabo, la mente de cada uno es el arma perfecta para excusar todo tipo de desbarajustes propios y, a veces, también ajenos. Hay más de veinte esquelas en su memoria y, teniendo en cuenta que el tipo no me caía nada bien, la mayoría de ellas me resulta un poco ofensivas y molestas para mi ego. 

Me llega el wasap de un amigo: es uno de esos tantos vídeos jocosos sobre el virus,. No dura más de treinta segundos, pero es tiempo más que suficiente como para que me olvide de la"tragedia" anterior. Termino la tortilla de patatas, pruebo un trocito para saber si está todo lo jugosa que a mí me gusta y el resto lo pongo en un bocadillo para almorzar al día siguiente. De repente, me doy cuenta de que he envuelto el bocadillo con las páginas de las esquelas del finado. Me entra cierto remordimiento y sentimiento de inquietud. Mientras, observo que la cara del difunto se desfigura y sufre una especie de metamorfosis debido a los flujos amarillentos de la tortilla de patatas, que se esparcen lentamente sobre el papel. "Imagínate" -me digo para mis adentros- "que tus necrológicas terminaran sirviendo de envoltorio a una bacanal de fritanga o, lo que puede ser peor, que agonicen en los wc de cualquier tugurio mugriento, infecto, en forma de papel de baño, y que mi cara vaya a finiquitar sus últimas horas  estampada en algún culo congestionado por densas defecaciones". Desde entonces, es como si me persiguiera algún tipo de maldición. Cada vez que casco un huevo me sale el rostro del difunto: deforme, con mirada perturbadora, sonrisa esquizofrénica, ojos amoratados y con un disco de George Dann entre las manos. Patxi Sagarna.