La botella, la
amarga compañía o la extraña pareja. El indulto de los fracasados, un aliento de valentía
para los cobardes, el impulso de irracionales decisiones.
La botella. Distraes la mirada para fijarla en tus
temblorosas manos sujetando un cigarro mientras el humo de tus pulmones sale cansado. Palabras entrecortadas y dialogo distraído.
Una chica descalza baila sobre una mesa, te diriges al baño donde la luz es tímida y, al girar la mirada hacia el espejo medio roto observas que han pasado los
años, el sigue allí como testigo silencioso de tu deterioro. Al salir, vuelves a
mirar y le dedicas una leve sonrisa como el que saluda a un viejo camarada.
La chica reposa en brazos de un mugriento que la baña en copas de vino
mientras desliza sus manos por unos decaídos pechos. La noche alberga
tentaciones entre sus tambaleantes discípulos. Se oye el sonido de la persiana al bajar y el camarero se une a la última copa. Todos bebemos en un escrupuloso
silencio que solo se ve alterado por alguna trastornada frase de la muchacha
mientras se calza sus botas después de una noche de danza y alcohol.
Entro en casa, la taza del baño me espera para recibir hasta
el último vómito de insensatez. Me dirijo a la cama sin hacerme ninguna promesa.
A la mañana siguiente me acompaña una tremenda jaqueca, me cuesta sostener en
pie mi agitado cuerpo y un sudor frio recorre mi frente. Corro al bar más
cercano y, mientras apuro la primera copa entre temblorinas, escucho que una
chica ha sido hallada muerta en un portal, más tarde veo su esquela ¡maldita sea, si llego a
saber brindo con ella !. Pero así de cruel es la botella.